No estar de acuerdo en todo es normal en cualquier
tipo de familia (convencionales,
monoparentales…). En algunos casos son situaciones fáciles de reconocer, pero
en el momento en el que dejan de ser altibajos puntuales y vayan a más, se
necesitan habilidades para afrontarlos. Si no se tratan adecuadamente, los
problemas pueden volverse mucho más graves y acarrear consecuencias a nivel
emocional como preocupaciones o frustraciones desmesuradas.
Hay que partir de la base de que cualquier conflicto se puede solucionar con comunicación. De hecho, muchos de esos
problemas con familiares son causados porque esa comunicación no existe.
Toda crisis familiar requiere cooperación entre todos
los integrantes.
El
origen de los conflictos familiares
Los conflictos pueden derivar de
problemas de adaptación a los cambios (a veces la muerte de un ser querido, una
mudanza, un divorcio o la llegada de un hermano son cuestiones que no logran
aceptarse con facilidad) o de malos hábitos que se toman por costumbre afectan
al comportamiento y dificultan el diálogo.
Las relaciones
interpersonales son las grandes afectadas de los conflictos
familiares. Por esta razón, no tienes que ver los conflictos solo como un
problema, sino también como una oportunidad de aprender de los
errores y mejorar las relaciones en familia.
Existen muchos tipos de conflictos y pueden ser
clasificados de la siguiente manera:
Dependiendo del tipo de relación entre los
familiares existen
problemas de hermanos, de padres e hijos, de matrimonio o de pareja o incluso
entre familiares externos (tíos, abuelos, primos, etc).
En función de la gravedad del conflicto. No es lo mismo tener discusiones leves (por ejemplo,
basadas en reproches o pequeñas broncas) que discusiones graves que hacen
tambalear la unidad de la familia (maltrato, violencia de género, infidelidades,
etc.).
Dependiendo de cuál sea la
raíz del problema, por lo
que existen razones muy variadas que originan los conflictos.
Los conflictos familiares más frecuentes
En la convivencia surgen muchos conflictos, sobre todo
porque reinan diferencias generacionales, ideológicas o incluso de valores.
Algunos de los conflictos más frecuentes son:
El
ciclo vital.
Se trata de un factor que influye mucho en las relaciones de la familia, ya que
hay edades y momentos concretos que, inevitablemente, llaman al conflicto. Es
el claro ejemplo de la adolescencia (entre los 12 y 18 años). Los hijos sufren
una etapa llena de cambios, sobre todo en la actitud. Por eso los conflictos
entre padres e hijos son tan comunes. También se dan conflictos en la etapa
infantil en torno al desarrollo de los hijos, de su autonomía y de la
orientación que crees que es mejor para ellos.
Las
pérdidas. El
fallecimiento de un miembro de la familia o de otra persona muy querida puede
suponer un impacto muy grave y fuerte. En muchas ocasiones, quienes sufren la
pérdida caen en la ira y en la frustración, lo que hace que haya conflictos
familiares frecuentemente. Pero cuando se habla de pérdidas no es necesario
hablar de muerte. Puedes perder un negocio, el trabajo o hasta una simple
oportunidad. Lo que hay que tener en cuenta es que cualquier impacto necesita
un tiempo determinado de duelo que depende de la persona para ser procesado y
después superado. Nadie es capaz de superar algo que le afecta de manera
inmediata.
Problemas
sin resolver del pasado.
El error más común es que esos conflictos familiares que hayas tenido y que aún
no se han resuelto se conviertan en una tensión o resentimiento latente. Esto
genera, a su vez, recelo, mal humor, hostilidad, desconfianza… Normalmente,
todos los problemas tienen solución, pero, aunque no la tengan, el
procedimiento a seguir es el mismo: como no se puede pasar página sin más,
basta con una reflexión sobre lo que ha ocurrido y un encuentro para dejar las
cosas claras a través de una comunicación sincera.
Confusión
de roles. Los
conflictos son normales cuando no existe una distinción de los roles que debe
cumplir cada miembro de la familia, cuando no se sabe cuál es el papel que cada
uno debe desempeñar y se da la tiranía. Es la razón por la que se dan
casos de padres que piden consejos a hijos o hijos que dan órdenes a sus
padres. Hay que estructurar la familia en función de unos roles y de una
«autoridad» para que haya un vínculo sano en la familia y no tengan lugar
confusiones, malentendidos, injusticias, etc.
Las
enfermedades.
Si alguien de tu familia sufre una enfermedad, se generan muchos conflictos,
sobre todo cuando se trata de una patología grave que implica asistencia
continua (atención, dedicación, esfuerzo y tiempo). Por medio de un diálogo
claro, deben dejarse unas tareas y responsabilidades distribuidas
equitativamente para que la persona enferma sea atendida con calidad. Si no es
así, que no te extrañe que en tu hogar reinen los conflictos derivados del “tú
no te preocupas de nada”, “yo hago más”…, cuando un ser querido sufre de salud,
nuestro estado de ánimo decae y son esos sentimientos de tristeza y de
preocupación los que generan una tensión que deriva en el conflicto.
Diferencias
en la atención.
Cada miembro de la familia ocupa un lugar en ella. Una atención dispar solo
logrará que haya conflictos familiares porque se ha creado una estructura
basada en la injusticia y la discriminación. La voluntad de justicia tiene que
existir. No todos los integrantes de la familia serán buenos en los estudios o
conseguirán trabajo rápidamente. Que haya diferencias no es excusa para que no
haya amor o aceptación. Este tipo de conflicto se da en hermanos, por lo que se
crean envidias, celos y resentimiento. Otro ejemplo de peleas teniendo en
cuenta el principio básico de desigualdad es la gestión de tareas cotidianas en
el hogar.
La
agresividad y las faltas de respeto. Son dos factores que aumentan la posibilidad de
tener conflictos familiares. No se deben aceptar. Aunque la agresividad, la
rabia y los gritos pueden ser normales en ciertas situaciones, el problema
llega cuando este patrón de comportamiento se repite continuamente. Cortar la
agresividad las faltas de respeto de raíz es lo mejor para que el desenlace sea
una ruptura de los vínculos familiares. ¡Recuerda! Si quieres que tu familia
funcione correctamente, las faltas de respeto no se pueden consentir, porque
además de las rupturas de las relaciones familiares se pueden generar otros
daños a nivel emocional. Muchas veces las conductas inadecuadas e impulsivas se
deben al consumo de sustancias, pero no siempre es la regla.
La
pareja o matrimonio.
Los problemas de pareja o de matrimonio son comunes en cualquier etapa de la
relación, incluso en el comienzo. Las infidelidades, la toma de decisiones (por
ejemplo, la de formar una familia), la falta de libertad o de autonomía de uno
de los miembros de la pareja generan conflictos, por lo que se debe recurrir al
diálogo para que la relación no se desgaste. Lo más común es que haya problemas
de comunicación (como reproches, insultos, gritos, malas expresiones…). Debes
ponerte manos a la obra para solucionar esa falta de comunicación y de
capacidad de resolución de problemas y así evitar tratar de cambiar la forma de
ser de tu pareja. No dudes en acudir a terapia de pareja para mejorar
la comunicación y establecer los límites necesarios para que ambas partes se
sientan cómodas.
El
dinero.
Los problemas a nivel económico nunca fallan en el clima familiar. Aunque
parezca cosa de adultos, los hijos también son involucrados sin querer debido a
sus actividades que realizan (deportes, clases, actividades particulares…). La
falta de recursos económicos provoca tensiones y dificultades, ya que el dinero
está presente en la mayoría de toma de decisiones. Otro caso grave que ocurre
es que, en esas decisiones, el integrante de la pareja que gana más dinero cree
que es el que tiene más “poder”. Tal convencimiento puede dar lugar al abuso y
al maltrato. El poder de decisión siempre tiene que ser un acuerdo mutuo.
Factores externos, tales como problemas en el trabajo, problemas en
colegio, son conflictos que pueden hacer que traslades tus emociones negativas
al hogar y ocasiones conflictos también en él.
¿Qué se puede hacer ante los conflictos familiares?
Los consejos varían en función del tipo de problema
familiar que atravieses, aunque en todos ellos son aplicables la paciencia, la
comunicación asertiva y la inteligencia emocional.
1. Si tu conflicto es entre hermanos, las peleas deben
reducirse intentando establecer un ambiente agradable en el que sea posible
expresar sin miedo los sentimientos y pensamientos y siempre evitando la
agresividad y la pasividad.
2. Si se trata de un problema de pareja, es fundamental
trabajar en las dinámicas sociales. No olvides que tus conflictos de pareja no
tienen que involucrar e intoxicar a terceras personas. Si las discusiones son
por tener hijos o no, una buena recomendación es que pruebes a convivir en
pareja antes de intentar formar una familia.
3. En caso de que el conflicto derive de la salud de un familiar,
lo mejor es que las necesidades de esa persona enferma sean cubiertas por más
de una persona.
Por lo tanto, para gestionar los conflictos
independientemente de su naturaleza y gravedad, siempre se pueden aplicar estos
pasos:
En primer lugar, escucha. ¿Cómo pretendes poner fin a un problema si no
escuchas (y, por tanto, no entiendes) lo que piensa y cómo se siente el otro
familiar? Debes poner en práctica una escucha activa por la cual atiendas con total
atención a lo que la otra persona intenta transmitir para asegurarte de que le
entiendas a la perfección y para que se sienta entendido.
En segundo lugar, habla con ese miembro de la familia. La comunicación
asertiva se basa en hablar con total naturalidad de cómo os sentís sin herir
las emociones del otro. Es un paso más importante de lo que crees para
solucionar conflictos familiares. Aun así, vigila tu manera de hablar. El
lenguaje debe ser lo más cuidado posible. Las expresiones correctas son las que
te asegurarán una buena comunicación. Para expresar tus sentimientos
adecuadamente debes dejar, además, los reproches a un lado. También es
necesario plantear soluciones a esos problemas que son los causantes de la
crisis que atraviesan y, por último, todos los implicados tienen que
intervenir. Se acabó el quitarse la palabra y el priorizar solo algunas de las
partes implicadas. Todas y cada una de ellas tienen el derecho y la obligación
de intervenir.
En tercer lugar, participa. La familia nunca dejará de
ser un punto de apoyo cuando lo necesites, por lo tanto, es necesario que
participes en la solución de los posibles problemas que ocurran para que todo
se resuelva cuanto antes.
En último lugar, no te olvides de mostrar afecto. En este cuarto paso
es imprescindible que el afecto y el cariño estén presentes en las situaciones
de conflicto, ya que es un buen método para rebajar los niveles de tensión y de
nerviosismo. Recuerda que nunca debes olvidar decirle a tu familia (padres,
hermanos, abuelos…) lo mucho que te importan. Esto reforzará los vínculos
afectivos.
A estos consejos hay que aplicarles un lugar y momento
correctos, es decir, no es adecuado discutir en cualquier lugar y en cualquier
momento. Hay que tener en cuenta el factor emocional. A veces lo mejor es
posponer la discusión para cuando te encuentres más calmado y el contexto ayude
a facilitar el diálogo.
Si sientes que tu familia y tú no son capaces de
resolver sus conflictos, lo mejor es acudir a un psicólogo que os ayudará
mediante terapia familiar. Este tipo de terapia se centra en buscar soluciones
a los problemas que existen en la familia entre los diferentes miembros, de
forma que aprenderás a fomentar la comunicación, a mejorar el manejo de las
emociones, a aumentar el respeto, a expresar nuestras necesidades y deseos y,
lo más importante, a cuidar la integridad personal de cada miembro.
Recibe un abrazo de mi parte.
Psic. Rayan Muepaz
Fundador del Proyecto Nueva Psicología
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